Actualmente, el tratamiento farmacológico es la opción mayoritaria para tratar los síntomas de la enfermedad de Parkinson. Concretamente, la levodopa es el fármaco que mejora la sintomatología motora, capaz de transformar en dopamina las células dopaminérgicas del cerebro. No obstante, tanto la levodopa como otras sustancias dopaminérgicas pierden eficacia a lo largo de los años, posiblemente al progresivo avance de la muerte neuronal. Además, en muchos pacientes se desarrollan efectos secundarios considerables, como delirios, alucinaciones, discinesias o períodos de ineficacia (fase off del tratamiento).
Como hemos hablado en entradas anteriores, los pacientes que sufren Parkinson padecen otros muchos problemas no motores que no provienen directamente de la pérdida de dopamina. La depresión o la ansiedad, por ejemplo, afectan casi a la mitad de los pacientes (Rothstein, 2010). Esto sugiere que pueden ser síntomas inherentes a la enfermedad, posiblemente relacionados con alteración de neurotransmisores a nivel cerebral. No obstante, no hay evidencias concluyentes, ya que también podrían originarse como consecuencia de vivir con el conocimiento de que se sufre un trastorno neurodegenerativo.
Por ello, resulta fundamental un apoyo psicológico y una intervención multidisciplinar que se desarrolle más allá del ámbito farmacológico, ya que muchos síntomas severos de la enfermedad residen en factores no motores. Para llevarlo a cabo, es necesaria la colaboración de distintos profesionales, desde médicos a psicólogos, así como la del propio paciente y sus familiares. Mejorar la calidad de vida es el objetivo fundamental, de ahí que sea fundamental la prevención de los síntomas conductuales y afectivos (adoptando medidas cognitivas y funcionales en el entorno), detectarlos, diagnosticarlos y tratarlos utilizando terapias psicológicas como las siguientes, todo ello con el fin de reducir el consumo de fármacos.
Por ello, resulta fundamental un apoyo psicológico y una intervención multidisciplinar que se desarrolle más allá del ámbito farmacológico, ya que muchos síntomas severos de la enfermedad residen en factores no motores. Para llevarlo a cabo, es necesaria la colaboración de distintos profesionales, desde médicos a psicólogos, así como la del propio paciente y sus familiares. Mejorar la calidad de vida es el objetivo fundamental, de ahí que sea fundamental la prevención de los síntomas conductuales y afectivos (adoptando medidas cognitivas y funcionales en el entorno), detectarlos, diagnosticarlos y tratarlos utilizando terapias psicológicas como las siguientes, todo ello con el fin de reducir el consumo de fármacos.
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