Es sumamente conocida la sintomatología de tipo motor que caracteriza a la enfermedad de Parkinson. Sin embargo, en las últimas décadas se están evaluando de igual modo los factores no motores, en especial los que afectan a la capacidad cognitiva (como son las funciones ejecutivas y visuoespaciales) y las manifestaciones afectivas y conductuales (depresión, ansiedad, falta de control de impulsos…), que llegan a ser incluso más incapacitantes que el propio componente motor.
Los factores cognitivos en la enfermedad de Parkinson suponen un continuo que va desde la normalidad hasta la demencia, pasando por estadios intermedios en los que pueden sufrir un deterioro leve sin que el rendimiento cognitivo se vea funcionalmente afectado. Si nos centramos en las posibles alteraciones que pueden sufrir, un componente fundamental del deterioro cognitivo reside en el síndrome disejecutivo, que se caracteriza por una alteración en la iniciación, planificación, abstracción y formación de conceptos, así como una rigidez cognitiva, una escasa capacidad para resolver problemas o una gran sensibilidad a la interferencia. También es frecuente la alteración en la atención sostenida y dividida, además de una reducción en la velocidad del pensamiento.
El deterioro visuoespacial es otro de los factores cognitivos más relevantes que conlleva la enfermedad de Parkinson. Implica a la capacidad para representar mentalmente la forma de los objetos, su localización o su movimiento, lo que puede repercutir, por ejemplo, en tareas cotidianas que requieran orientarse.
En relación a los factores afectivos y emocionales, el aspecto más relevante es la incidencia sobre el estado de ánimo, destacando la apatía, ya que a medida que la persona toma conciencia de que sus dificultades, ello influye en su actividad cotidiana, pudiendo sentirse decaído y desanimado. Es en este punto donde los problemas cognitivos pueden interactuar con los síntomas emocionales y afectivos. En este sentido, en la enfermedad de Parkinson también se han descrito frecuentemente alteraciones generales del estado de ánimo, como depresión y/o ansiedad, y otras más específicas relacionadas con la expresión y reconocimiento de emociones. Por ello, es posible que características como la tendencia al aislamiento social, la soledad e, incluso, la sintomatología depresiva, tengan relación con la dificultad para identificar y expresar estados afectivos en las situaciones sociales (Fernández, 2007).
Respecto a los estados depresivos, aparecen con mayor frecuencia que en la población general y son considerados por algunos autores como posibles predictores del desarrollo de la enfermedad, dado que suelen aparecer incluso antes que los síntomas motores (Arnedo, 2012). La depresión en la enfermedad de Parkinson se asocia a una mayor rapidez del deterioro de las funciones cognitivas y motoras, influyendo de manera importante en la calidad de vida. En este sentido, los afectados con síntomas de rigidez y dificultad para iniciar el movimiento (sobre todo a una edad temprana) tienen mayor probabilidad de padecer trastornos depresivos (Merello, 2008).
Como vemos, se producen numerosos cambios sustanciales en la vida diaria de la persona que sufre la enfermedad de Parkinson y también en la de sus familiares, muchos más aún de lo que comúnmente se sabe sobre esta dolencia. En ocasiones, la situación resulta estresante si son síntomas demasiado intensos o si su duración es demasiado prolongada en el tiempo, interfiriendo en la vida social, familiar, laboral y emocional de la persona. Por todo ello, estos síntomas agravan la enfermedad, traduciéndose en un deterioro de la salud y en un empeoramiento de la calidad de vida, siendo fundamental intervenir sobre ellos de manera eficaz mediante, por ejemplo, psicoestimulación, de la que hablaremos también en este blog.
Para más información:
Arnedo, M., Bembibre, J., Triviño, M. (2012). Neuropsicología. A través de casos clínicos. Madrid: Médica-Panamericana.
Fernández Espejo, E. (2007). Bases moleculares de la enfermedad de Parkinson. Mente y cerebro, 22 (81-87).
Merello, M. (2008). Trastornos no motores en la enfermedad de Parkinson. Revista de Neurología, 47 (261-270).
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